Cuenta la leyenda que cuando las comarcas de la actual Tandil eran habitadas por los indios, Amaike (agua clara o tranquila), la hija del cacique de la tribu que vivía en las Sierras, se destacaba entre sus pares por ser excelente jimete, por no temer a la oscuridad y por su extraordinaria habilidad para desplazarse entre los cerros. Estás virtudes le sirvieron para ayudar su tribu cuando el blanco llegó para apropiarse de sus tierras, ganados y mujeres.
En la Campaña del Desierto, el ejército había diezmado a su paso a varias tribus y solo consiguieron escapar algunos pocos "bravos", entre ellos Yanquetruz, proveniente de los bajos del Salado, quien al ver en un atardecer a Amaike, que sigilosamente se deslizaba de una piedra a otra espiando a los blancos, se enamoró perdidamente de ella.
El gobierno preocupado al no poder dominar a los indios solicitó refuerzos. Luego de varias emboscadas, consiguieron atrapar a Amaike y llevarla al fuerte, pero ésta logró escapar esa misma noche. Mientras huia hacia las sierras con sus manos aún atadas, se enredó en un zarzal, y cayó dentro de un manantial y muriendo ahogada.
Yanquetruz, que desconocía la suerte de Amaike, siguió durante mucho tiempo parándose sobre la loma del cerro esperando a su amada. Tanto amor conmovió a los Dioses de los indios y por eso decidieron guardar el espíritu de Yanquetruz dentro de una roca, de forma tal que el día que la indiecita resucitara, (ya que ellos creían en la vida después de la muerte), la piedra cayera liberándolo para que pudiera continuar su historia de amor en el cielo de los indios.
Hoy, al mirar el Cerro desde lejos se ve la figura de un CENTINELA que espera pacientemente a su amada.